Los lenguajes del amor a los hijos
Profesor e investigador del Instituto de La Familia
Universidad de La Sabana
Existen
tres preguntas fundamentales que los padres debemos plantearnos,
responder adecuadamente y consensuar conyugalmente en un proyecto
compartido de educación de nuestros hijos.
¿A quien educamos?
Educamos a personas humanas. En tiempos de gran confusión cultural
acerca de nuestra identidad como humanas personas, resulta útil recordar
nuestros atributos personales, los que deben respetarse y vivirse en el
proceso educativo del hijo, si queremos lograr buenos frutos en el
momento oportuno de la cosecha educativa:
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DIGINIDAD: Digno es lo que vale por sí mismo, lo que no es medio para nada ni para nadie. En tanto personas, nuestros hijos son dignos cualquiera sea su edad. Luego, el trato adecuado a un hijo no deber ser su utilización para fines subjetivos de los padres. Siempre, en cada circunstancia de su vida, debe estar presente la intencionalidad educativa de parte de los padres, ordenada a su bien objetivo.
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IDENTIDAD: Cada persona humana es una creación de realidad inédita en la historia de la humanidad. Si bien tenemos una naturaleza común (por eso el hambre, la sed, el sueño, la inclinación a conservar la vida, a propagarla y a desarrollarla, son tendencias de toda cultura y tiempo histórico), el yo personal es único. Esta novedad inédita de cada yo personal tiene algunas manifestaciones evidentes, por ejemplo, la desigualdad de las caras de cada ser humano, de su ADN y de sus huellas digitales. En consecuencia, el trato adecuado a un hijo supone hacerse experto en su propia identidad, en otras palabras, implica conocer sus talentos, dotes, habilidades, gustos, anhelos, sueños y vocación para ayudarles a crecer en la línea de lo propio. Educar a un hijo es guiarlo en el camino entre lo que es y lo que debe ser conforme a su ideal inscripto en las potencialidades de su persona. Se trata en definitiva, de ayudarlo a desarrollar la mejor versión de si mismo.
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INTIMIDAD: Los seres vivos se caracterizan por poseer vida inmanente, es decir vida interior además de la que se manifiesta externamente a través de conductas instintivas (animales) o libres (seres humanos). La intimidad humana encierra la mayor capacidad de vida interior (sentimientos, pensamientos, anhelos, proyectos). La vida matrimonial y familiar se enriquece mediante la puesta en común de esa vida interior o íntima a través del proceso de comunicación que enriquece el nosotros conyugal y familiar. La educación de los hijos presupone también como un aspecto clave, la comunicación íntima con ellos.
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LIBERTAD: Sólo la persona humana es libre, es decir, tiene el gobierno de su conducta debido a sus facultades de inteligencia y voluntad. El animal está determinado por sus instintos que instigan o determinan su comportamiento. El ser humano es dueño de sí mismo y se desarrolla o plenifica en la entrega de si mismo a los demás. El sentido de la libertad es pues el amor. Amar es darse pero para darse hay que poseerse, es decir, ser libre y se es tanto más libre cuanto más virtudes o hábitos operativos buenos se incorporan a la propia persona.
Luego,
en la educación de un hijo resulta fundamental generar las
circunstancias para que el hijo, desde su libertad, decida vivir valores
que desarrollarán su capacidad de darse y de ser feliz.
La
consecuencia de los atributos personales antes considerados, es que el
proceso educativo de un hijo es un proceso artesanal (uno a uno), no
industrial (en serie). Debemos educarlos personalmente, no uniformando,
estandarizando, manipulando, lo cual implicaría despersonalizarlos. En
otras palabras, no debemos educar a nuestros hijos igualmente sino
desigualmente. Si somos padres de tres o cuatro hijos, debemos tener
tres o cuatro maneras de ser madres y padres respetando su dignidad,
identidad, intimidad y libertad.
¿Para qué educamos? Educamos
para que nuestros hijos sean felices. Sin embargo, madres y padres
debemos afinar en identificar cuál es el factor clave que desarrolla la
capacidad de ser feliz de un hijo.
“En la
tarde de la vida nos examinarán en el amor”; “Se trata de amar mucho”
afirmaron algunos grandes de la humanidad iluminando la respuesta: si el
sentido de la educación es preparar al hijo para la vida y el sentido
de la vida es ser feliz y la felicidad depende del desarrollo de la
capacidad de amar, la repuesta categórica a la pregunta antes formulada
es la siguiente: educamos para desarrollar la capacidad de amar de
nuestros hijos y todo lo demás es añadidura.
Educar
para el amor presupone educar en el amor y educar en el amor supone
saber identificar los lenguajes del amor de nuestros hijos, es decir,
las maneras propias o particulares con las que se sienten queridos.
Nuevamente (como lo hicimos antes respecto de los cónyuges) recurrimos a
Gary Chapman, esta vez a su obra “Los 5 lenguajes del amor de los
niños”.
¿Cuál
es el lenguaje de amor primario de cada uno de los hijos? ¿Cuál es la
manera o las maneras prioritarias como cada uno se siente querido, y por
lo tanto, ¿donde debe hacerse foco para expresarle nuestro amor?; ¿
palabras de afirmación, tiempo de calidad, toque físico, actos de
servicio o regalos ?
Afirma
Chapman, que “cuando un hijo se siente amado, cuando su tanque
emocional esta lleno, reaccionará más positivamente a la guía educativa
de los padres en todos los ámbitos de su vida, la rebeldía se debilita,
la obediencia se facilita y el clima familiar armónico se promueve. (…)
Cuando nos expresamos con amor en los cinco lenguajes, en tanto nos
especializamos en el suyo propio, le enseñamos la necesidad que tiene él
o ella misma de aprender a hablar los lenguajes del amor de los demás”.
“Con un bebé, los padres tenemos que expresarle amor en los cinco
lenguajes. Según crece cada hijo, empezaremos a ver que uno de los
lenguajes del amor le habla mucho más profundamente de nuestro amor como
padres que los otros. El valor de descubrir el lenguaje de amor
primario de cada hijo, es que proporciona el medio más eficaz de
comunicarle amor”
¿Cómo
descubrir el lenguaje de amor primario de cada hijo? Ante todo advierte
Chapman, “que cuando se está tratando de descubrir el lenguaje de amor
primario del hijo, es mejor no hablar de eso con ellos, sobre todo si
son adolescentes ya que pueden manipularnos con miras a logar sus fines.
Por ejemplo, si un niño o un muchacho ha estado pidiendo un par de
zapatos deportivos muy caros, todo lo que tiene que hacer es decir que
su lenguaje primario es el regalo”.
El autor antes citado nos sugiere cinco maneras de conocer el lenguaje de amor del hijo:
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Observa como tu hijo te expresa su amor por ti.
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Observa como tu hijo le expresa su amor a otros.
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Escucha a lo que tu hijo te solicita con más frecuencia.
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Presta atención a lo que se queja tu hijo con más frecuencia.
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Durante varias semanas dale a escoger a tu hijo entre dos opciones que correspondan a diversos lenguajes de amor.
Finalmente
destaca Chapman, “que cualquiera sea el lenguaje primario de amor del
hijo, el que una vez identificado no permitirá ser más eficaces en
comunicarle amor, los padres debemos ser políglotas, es decir, es
importante hablarles los cinco lenguajes del amor. De esta forma,
nuestro amor a ellos no solo será más pleno sino que ayudaremos a los
hijos a aprender cómo dar y recibir amor en todos los lenguajes”.
¿Cómo educamos?
Educamos con autoridad adecuada y calidez afectiva adecuada. Muchas
veces se confunde la disciplina con el castigo. Disciplina proviene de
una palabra griega que significa entrenar, y de acuerdo a lo antes
comentado, educar implica entrenarlos para amar. Para que la disciplina
sea efectiva, los padres tienen que mantener siempre lleno el tanque
afectivo de sus hijos con amor. Disciplinar sin amor es como tratar de
hacer funcionar una máquina sin aceite. Afirma Chapman, “que el amor
busca el bien del hijo; eso mismo hace la disciplina y mientras más se
sienta amado un hijo, más fácil será disciplinarlo. En otras palabras,
tenemos que mantener lleno el tanque de amor incondicional del hijo
antes de administrar la disciplina”.
Comprender
el lenguaje de amor primario de cada hijo, ayuda a los padres a escoger
el mejor medio de disciplina. Advierte Chapman, “que debe procurarse no
usar una forma de disciplina que esté directamente relacionada con su
lenguaje de amor primario, ya que el mensaje que recibirá el hijo no
será de una corrección amorosa, sino de un rechazo doloroso. Por
ejemplo, si el lenguaje prioritario de amor del hijo son las palabras de
afirmación, y utilizamos para la corrección palabras duras de
condenación, esas palabras le dirán no sólo que uno esta disgustado por
una cierta conducta, sino que no se lo ama”.
En conclusión:
Educamos
a personas humanas, nuestros hijos, respetando su dignidad, haciéndonos
expertos en su identidad, compartiendo su intimidad, y forjando su
libertad.
Educamos
a nuestros hijos para que sean felices, lo cual supone educarlos en el
amor.. Los educamos en el amor, identificando sus lenguajes de amor
primarios y ayudándoles a vivir todos los lenguajes del amor.
Los
educamos para el amor con autoridad y calidez afectiva adecuada, que
son las dos herramientas del buen liderazgo paterno/materno.
Cristian Conen
Octubre 2013.
Fuente: https://gsolido.wordpress.com/2014/04/11/los-lenguajes-del-amor-a-los-hijos/
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