Capítulo 7 del "Belén que puso Dios", publicado también y escrito por el Padre Enrique Monasterio en su blog: http://pensarporlibre.
El pastorcillo tonto
Dios ha elegido a los necios para confundir a los sabios (I Cor 1,26).
Hay un belén en Roma que seguramente no olvidaré nunca. Está en la sala de estar — en el "soggiorno"— de la sede central del Opus Dei, dentro de una vitrina que se abre sólo cuando llega la Navidad. Mirando ese Nacimiento hemos hablado
con Dios personas de todo el mundo. Allí San Josemaría Escrivá nos
enseñó a rezar, jugando con la fantasía, contemplando a un Niño Jesús
diminuto, que cierra los ojos y aprieta los puños muy fuerte, como todos
los recién nacidos. La Virgen María -bellísima- tiene a su Hijo al
alcance de la mano, y lo destapa para que podamos verlo y besarlo. San José, fuerte y joven, contempla la escena muy cerca de su Esposa. A sus pies, haciendo guardia, hay un perrillo, de raza indefinida y aspecto simpático, que trata de aparentar ferocidad, sin conseguirlo en absoluto. En lo alto, los ángeles: docenas de angelotes con los más variados instrumentos musicales. Y en primer plano, a la entrada del Portal, están los pastores. Son tres: el mayor, de unos cincuenta años, se arrodilla frente a Jesús, mientras acaricia un cordero con su mano izquierda. El segundo, más joven, espera su turno ligeramente inclinado. Detrás, con la vista perdida, mirando quizá a los ángeles del techo, viene un niño de doce o trece años que a todos nos resulta
familiar, porque tiene ese rostro entrañable e inequívoco de los que
padecen el síndrome de Down. Es un pastorcillo tonto. Llamémosle así, que él no se enfada. El chico está fuerte, y lleva en su mano izquierda un ganso enorme que hace lo posible por huir.
Algunas veces, junto a ese belén, he jugado a ponerme en el lugar del perro, para defender al Niño Jesús ; o del borrico, que está tan cerca de la cuna. ¡Y en cuántas ocasiones he deseado ser el pastor tonto...!
Jesús, me llamo Zabulón, tengo doce años y soy pastor como mi
padre. El ángel que vimos antes me ha dicho que lo sabes todo, porque
eres el Mesías y el Hijo de Dios, pero prefiero contártelo, porque te
veo tan pequeño y tan dormido que, la verdad, no sé si te haces cargo.
Mi madre,
Juana, murió cuando me tuvo a mí, y por eso dice mi padre que tengo que
quererla más que a nadie en el mundo; pero yo le quiero más a él (por
favor, no se lo digas, que a lo mejor se enfada), porque está a mi lado
todo el día y me enseña muchas cosas. Me ha enseñado cómo se llaman los
vientos que traen la lluvia y los que llegan del desierto y ponen
nerviosas a las ovejas. También conozco los nombres de los pájaros
y estoy aprendiendo a distinguir las estrellas. Esto es más difícil,
porque son muchísimas y tengo mala memoria, pero sí que me he dado
cuenta de que ha aparecido una nueva justo encima de donde tú estás.
Como
ves, Jesús, yo soy un poco tonto... No digas que no: se nota enseguida.
Todo el mundo lo sabe. Por lo visto, los tontos nos parecemos mucho, y
hay gente que nos mira raro, como si tuviésemos la culpa. Yo querría
decirles que no soy tonto adrede; que nací así por voluntad de Yahvé, y
que tampoco es tan malo. Sirve, por ejemplo, para hacer reír a los
niños. En cuanto me ven, se ponen muy contentos, me gastan
bromas, me tiran cosas, y yo finjo que soy todavía más tonto para que
se rían más. ¡Si supieras lo bien que lo pasamos...!
¿Ves?
Ya he dicho otra tontería: "si supieras". El ángel me ha explicado hace
un rato que tú lo sabes todo, y yo lo había olvidado.
Ese perro que tienes junto a tu cuna, es mío (bueno, de mi padre). Se llama Peque
y es mi mejor amigo, porque no se ríe de mí. Escucha todo lo que le
cuento con la boca abierta y la lengua fuera, y no me interrumpe nunca.
Te
traigo una oca. Así tendréis para comer. Para jugar no sirve, porque es
medio tonta y muerde. Así que dile a tu padre que no tenga pena de
matarla. Además, con las plumas te puede hacer una almohada para que
estés más cómodo.
¿Te
digo una cosa? Nunca había sido capaz de pensar tanto rato seguido, sin
cansarme. No me hago ilusiones: sé que esto me pasa porque estoy
contigo, y porque hablo sin palabras, como en secreto. Pero si tratara
de contártelo en voz alta, te reirías de mí como todo el mundo.
Es curioso; con el ángel me ha pasado lo mismo. Cuando se nos apareció al otro lado del barranco, yo no me enteré de nada. Dijo palabras
tan difíciles que ni siquiera mi padre y los demás comprendieron gran
cosa. Imagínate yo, que soy medio bobo. Pero, como el ángel lo sabía,
después de hablar con los demás pastores, se me acercó por la espalda y
se puso a charlar conmigo a solas, igual que nosotros ahora, sin ruido y
sin que nadie nos viera... ¿A que no sabes lo que me contó?
Vaya...
Me parece que he dicho otra tontería: sí que lo sabes. Tú lo sabes
todo. Pero, bueno, el caso es que el ángel (que, por cierto, se llama
Gabriel: a lo mejor lo conoces) estaba muy contento, pero también un poco preocupado porque, según él, Yahvé le había encomendado una faena muy difícil.
—Imagínate,
Zabulón —me dijo—: Dios nos ha mandado que anunciemos el nacimiento del
Mesías a los hombres de buena voluntad. ¿A que parece sencillo? También
yo lo pensé al principio. Pero cuando nos reunimos los seis arcángeles
del comando para hacer la lista, la cosa empezó a complicarse. Por tres
veces tuvimos que dirigirnos a Yahvé para preguntarle qué significaba
exactamente buena voluntad... ¡Naturalmente que lo
sabíamos, pero queríamos que nos diese permiso para abrir la mano! Así y
todo, no conseguimos más de media docena en los alrededores de Belén.
Yo tampoco sabía qué quería decir eso de buena voluntad, así que se lo pregunté al ángel, y me dijo un montón de cosas preciosas que no sé si voy a ser capaz de repetir:
—Mira, Zabulón —empezó—, tú te has fijado muchas veces en los pájaros, ¿verdad?
—Sí, y mi padre me ha enseñado a distinguir los buenos de los malos. Hay unos que se beben la leche de las cabras, y...
—Y
sabes también que algunos vuelan siempre a ras de suelo, picoteando por
todas partes, como los gorriones o los mirlos; otros se meten en los
basureros o en los establos; algunos sólo están
a gusto en lo alto de los árboles más chicos, o en los aleros de las
casas. Pero hay también aves de altura, como las oropéndolas, que
construyen sus nidos en la copa de los álamos y nunca descienden a la
tierra, o las grandes águilas, que se elevan al cielo sin esfuerzo, como
veleros del aire llenos de majestad...
Mientras Gabriel hablaba, yo había perdido el hilo, y me había olvidado de la buena voluntad. Por eso, me sorprendió un poco cuando dijo:
—A los hombres les pasa algo parecido. Dios los ha creado para que vuelen muy alto...
—¿Podemos volar?
—¡Ya lo creo! ¿No vuela la fantasía, la imaginación, el corazón, el deseo, la memoria,...? El alma vuela. ¿Me entiendes?
—Creo que sí.
—...Y,
sin embargo, algunos se empeñan en revolotear entre los estercoleros o
en las charcas más repugnantes. Otros utilizan sus alas, no para lograr
una meta, para llegar a alguna parte, sino para exhibirse en vuelos
acrobáticos. Y son pocos los que quieren, de verdad, alcanzar al que está en lo más alto...
—¿A Dios?
—A Dios, sí... Lo has entendido, Zabulón. Ésos son los que tienen buena voluntad, los que alcanzan la sabiduría.
—Pues entonces yo no soy como ellos. ¿Cómo podría ser sabio un tonto?
—Lo eres, porque siempre has tenido
tu corazón con Yahvé, y has soñado con conocerlo y amarlo. No te
importe que tu ingenio sea pequeño, con tal de que alcance la Verdad. Las aves que vuelan más alto no son las que más aletean, sino las que se dejan llevar por el viento y aprenden a navegar sin fatiga, desplegando sus alas sin miedo al espíritu que las arrastra.
—Fíjate, Jesús; mientras el Ángel me decía estas cosas, yo lo comprendía todo, y no me cansaba de escuchar, ni de pensar... Hasta
se me ocurrió que a lo mejor me había vuelto listo. Pero me miré en el
río, y gracias a Yahvé, mi cara seguía siendo la de siempre. Luego, he
oído la voz de mi padre, que me llamaba; he cogido la oca, y aquí estoy.
¿Sabes
lo que te digo, Jesús? Que estoy muy contento de estar a tu lado; que
no tengo envidia de mi hermano Andrés ni de mi hermana Ana, que son
ricos y tienen grandes rebaños y muchos olivos, pero que están lejos de
aquí. Que te doy gracias porque has elegido a un tonto para ser sabio, y
que me dan mucha pena esos sabios que parecen tontos, y yo creo que lo son.
Según
el ángel, Yahvé me ha elegido para ser una figura del belén porque hay
que explicar a la gente que las únicas vidas inútiles son las de
aquellos que se niegan a buscarte: son aves sin alas. Y que Dios,
algunas veces, escoge a los tontos para confundir a los listos.
Sólo tengo una pena, Jesús. Ya te dije antes que mi madre murió cuando yo nací, y, aunque a
mi padre le quiero mucho, algunas veces la echo en falta. Con decirte
que hasta me dan envidia los corderos del rebaño, cuando duermen junto a
sus madres... ¿Ves como sigo siendo un poco bobo, Jesús?
Pero
es que ahora he conocido a la tuya. No sé si te das cuenta de que no
paro de mirarla y de que también ella me sonríe como si fuera guapo. ¿Me
dejas volver de vez en cuando para estar a su lado? Me parece que a tu
madre no le importa y a tu padre tampoco. Les traeré comida y cortaré la
leña que necesitéis. Y le explicaré cosas que a lo mejor no sabe, y
ella me contestará; no como tú, que sigues ahí dormido.
Jesús, ahora te voy a dar un beso. No te despiertes, por favor, que no quiero que se enfade María.
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